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Don Manuel cumple cien años

30-marzo-2016

El conocido pediatra albaceteño, Manuel Sánchez Martínez, celebra este 2016 su centenario y recuerda para estas páginas cómo fueron sus comienzos.

Cien años.

Sí, han leído bien, 100 años son los que cumplirá en el mes de septiembre el médico albaceteño Manuel Sánchez Martínez. El facultativo más veterano del Colegio de Médicos de Albacete ha tenido a bien recibirnos en su casa para escuchar sus vivencias. Aunque no le gusta presumir, y  comenzamos este relato con la frase “Un pueblo feliz no tiene historia”, lo cierto es que este pediatra, que ha sido “muy feliz”, sí la tiene, y mucha, y la cuenta con la serenidad que dan los años y la lucidez que le acompaña un mediodía de febrero, en su casa, rodeado de libros y acompañado de sus hijos, Manuel Pedro y María José, cómplices de que aquél viernes de febrero pudiera ocurrir el feliz encuentro.

Al ver a don Manuel sorprenden sus cálidos ojos azules y, a pesar de que no puede caminar y le acompaña una máquina de oxígeno, sonríe y se pone a mi disposición cuando le cuento que estoy allí para explicar su historia, porque “cien años dan para mucho”, le digo yo. “Sí”, responde don Manuel, pero también añade, “el síntoma más notable y conocido de mi vejez es la pérdida de memoria y eso es lo que a mí me ocurre ahora”.

Rápidamente descubrimos que no. Empezamos a hablar de sus primeros años en la Facultad de Medicina, cuando decidió estudiar  Medicina, profesión en la que tuvo mucho que ver su padre. Ninguno de su familia era médico. “Mi padre y mi abuelo eran constructores de obras y cuando a mí me tocó el momento de estudiar una carrera mi padre dijo que sería la de médico”. Por lo que, “el primer médico de la familia Sánchez Martínez fui yo”.

Su primer año como estudiante de Medicina lo pasó en Barcelona, en la ciudad condal “donde nada se hablaba en castellano. En la Facultad de Medicina se hablaba en catalán y las clases también”. Fue a parar a la capital de Cataluña porque allí estaba la familia de su padre, y ese primer año vivió con ellos. “De casa a la facultad, de la facultad a casa. Hice un año y después me fui a Salamanca, donde terminé la carrera”.

Pero, si la carrera de Medicina actualmente es larga, mucho más si cuando se está estudiando estalla una guerra, la Guerra Civil. Bajo el paraguas de esta contienda, don Manuel alargó sus años de estudiante y también su aprendizaje como médico pues tuvo que participar en la guerra  “como sanitario. Cuando terminó la Guerra, otra vez a las aulas en Salamanca”, donde también estudiaban otros médicos ilustres de Albacete como Elías Alonso, Moratalla o Camilo Gaude.

 Al finalizar los estudios,  se fue a Santander, donde comenzó a trabajar en el hoy Hospital de Valdecilla, antes Casa de Salud de Valdecilla, “tres años para estudiar la especialidad de Pediatría”, porque, “sí, siempre quise ser pediatra; Me gustaba la medicina interna, es decir, el organismo entero, y vi que la mejor especialidad era la de pediatría”.

Allí conoció al amor de su vida, otra pediatra que compartía estudios con don Manuel, Ramona Amalia García, con la que se casó en 1950, en Gijón, y con la que formó un perfecto tándem familiar y profesional. Ambos, pediatras, tenían consulta privada en Albacete y doña Amalia resultó ser, además, la primera pediatra mujer en Albacete.

La primera consulta privada que estableció don Manuel junto con su mujer, una vez que se instalaron en la ciudad que le vio nacer, tras conseguir una plaza en la Seguridad Social, estaba en la calle Isabel La Católica. Compaginaba la medicina pública y la privada.

“Mi mujer hacía sus labores, le gustaba mucho leer y estudiar y yo veía los enfermos, pero siempre colaboraba mucho conmigo, hablábamos mucho acerca de los casos que tratábamos; me ayudaba muchísimo, porque cuando yo tenía un diagnóstico difícil acudía a ella para conocer su sabia opinión y no se equivocaba, no”, recuerda don Manuel.

Allí, y también en la consulta que posteriormente estableció en la calle San Antón, vio pasar a muchos niños, con enfermedades tan comunes en aquellos años como el sarampión, la tosferina, los catarros y trastornos digestivos de vómitos o diarreas.

Para realizar un correcto diagnóstico en los años 50, 60…”había que saber mucho de las enfermedades. La medicina iba progresando y siempre había que estar a la última. En aquella época, había cosas nuevas. Yo, por ejemplo, tenía aparatos de Rayos X; o los conocías o te quedabas atrás. Teníamos que estudiar mucho”.

La penicilina y las sulfamidas eran los tratamientos fundamentales de su época.

No profundiza en muchas anécdotas, no tanto porque no las recuerde sino porque no quiere presumir. “No me gusta hablar bien de mí ni presumir. Ni soy tan bueno ni tan malo”, asegura.

Eso sí, asevera en más de una ocasión que ha sido muy feliz, “hasta en la guerra yo he sido feliz, con mis padres y mis hijos. Vivía feliz, la gente me quería”.

Querido también fue en el Colegio de Médicos donde se le recuerda con gran cariño al haber participado activamente en la vida colegial. Fue Tesorero de la Junta Directiva desde enero de 1970, bajo la presidencia del doctor Antonio Alcolea Rios, hasta marzo de 1976, y siempre que ha habido elecciones en la entidad para elegir nueva Junta ha presidido la Mesa Electoral como colegiado de mayor edad, y lo ha hecho con mucha profesionalidad y cordialidad.

Hace casi 30 años, don Manuel dejó de ejercer como médico. Se jubiló a los 70 años. Con una larga y dilatada trayectoria profesional a sus espaldas, le pedimos algún consejo para los médicos que comienzan ahora: “Tienen que trabajar mucho, en pediatría más todavía. El niño hay que verlo de arriba abajo y tienes que saber de hígado, corazón, pulmón, hígado, riñones, y  sobre  alimentación y nutrición, que en el niño es especial.  El pediatra tiene que ver muchos chiquillos y a muchas madres. Siempre he considerado que una madre que entrega a su hijo es porque tiene mucha fe en quien se lo entrega, si no no lo haría. Hay que ser buen médico y demostrarlo”.

Y sí tuvo tiempo de demostrarlo. Hoy don Manuel vive alejado de la práctica médica pero no de su afición por la lectura, también clínica.

Uno de sus cuatro hijos, Ricardo, siguió sus pasos y actualmente es médico anestesiólogo y trabaja en Dinamarca. Siempre que puede, vuelve a su casa donde también encuentra el amor de sus tres hermanos: Manuel Pedro, arquitecto; María José, psicóloga, y Emilio, también arquitecto. A todos ellos, nuestro agradecimiento por permitirnos realizar este humilde homenaje a todo un profesional de la Medicina albaceteña, con mucha historia que nunca olvida a pesar de los años y de que se considera “muy feliz”. 

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